Hoy nos dirigimos en busca de los robalos.
Tanto la fase lunar, la tabla de mareas y, la de vientos y marejada, marcaban este fin de semana como prometedor para tener una buena jornada.
Llegamos al sitio, nos preparamos y repartimos por los puntos estratégicos que cada quien conoce.
Esta ocasión nos dimos cita los habituales: Gustavo, Alan, don José, Quillo, Arturo y su servilleta.
Para la hora que arribamos, el agua estaba un poco agitada, aunque esto no nos alarmó mucho. Sabíamos que había que ser pacientes y esperar que fuera cambiando, conforme avanzaba el día y la marea cambiara.
Suponíamos que la cosa iría mejorando al rededor del medio día. Con suerte.
Pasamos pues un par de horas en busca de las capturas, yendo y viniendo a uno y a otro punto. Cada quién en su búsqueda personal, pero siempre atentos a lo que pudieran lograr los demás, con la esperanza de oír que alguno gritara para advertir a los demás, que ya había salido la primera captura del día. Seguro a partir de ahí habría esperanzas.
Y, como ya viene siendo habitual, fue el buen de don José que
abrió plaza con la primera captura, que nos puso en movimiento y le puso sabor al día con la dosis necesaria de adrenalina que todo pescador de fin de semana busca.
El resultado fue un estupendo robalo de 3.5 kilos, capturado con una goma jerk, idéntica a la que ya había sido protagonista la semana anterior, con un escape de un gran bicho.
Esta vez hubo buen final.
Sin embargo, no fue esta vez don José el que se llevó el día, pues a los pocos minutos se dio una de las mejores capturas que hemos tenido es las salidas dominicales.
Resulta que, después de la emoción y captura derivada de la suerte de don José, seguimos insistiendo, ya que para ese momento vimos cambiar la marea y aclararse las condiciones de posibilidades de captura.
El buen Gustavo se encontraba cateando en un punto donde siempre ha logrado capturar buenas piezas y, aunque este punto estaba algo alejado de donde don José había capturado el primer robalo, su confianza en el sitio le dio resultado y, utilizando un bonito señuelo, logró un inmejorable enganche.
Resulta que yo me encontraba ocupado preparando mi segunda caña, con un nuevo arreglo, después de probar con uno que consideré que ya había dado todo por ese día, cuando súbitamente oí gritar a Gustavo desde la distancia. Inmediatamente vi correr a Alan, su hijo, en dirección hacía donde este se encontraba. Inmediatamente reaccioné y, adivinando de que se trataba, tomé el jamo y corrí hacía donde iniciaba la algarabía.
El correr en dirección a Gus, vi como este retrocedía de la orilla, levantando su caña mientras con la mano derecha parecía enzarzarse con una bola de línea que salía del carrete. Después me comentaría que en el preciso momento de enganchar, por descuido había oprimido el gatillo del baitcaster y esto le había generado un enredo.
Afortunadamente, conforme iba acercándome a Gustavo, pude ver como iba liándose con el nudo y este iba deshaciéndose, mientras él mantenía la caña en alto con el brazo izquierdo.
Para ese momento ya iba yo dudando de que el bicho que suponía enganchado, continuara al otro lado de la línea de Gus.
Pero, afortunadamente, no fue así y es un instante lo vi empezar a recobrar línea con la manivela del carrete y a la caña irse arqueando acusadamente mientras me gritaba
"¡ahi, ...ahí está. No se ha ido!Acto seguido vi como empezaba a enfrascarse en un estira y afloja con la captura. Recobraba un poco e inmediatamente, con la caña tensa y el carrete trabajando, empezaba a perder vueltas de línea que el enorme bicho (ya para entonces claramente de gran talla) le iba sacando como flecha.
La línea sobre el agua hacía llamativos surcos mientras cortaba la superficie y a través de ello podíamos ver todos como el pez emprendía locas carreras en todas las direcciones que podía, acercándose en algunas a los peligrosos bordes filosos de las rocas del lugar.
Al ver que la cosa no se iba a resolver donde Gustavo se encontraba peleando con el bicho, le grite que intentara desplazarse poco a poco hacía un claro que algunas piedras que formaban una plataforma, y que serían un lugar adecuado para orillar al pez, si acaso podía cansarlo lo suficiente.
Gustavo poco a poco se fue desplazando hacia el sitio que le había señalado, mientras su caña no dejaba de arquearse y el carrete perdía metros de línea en cada embestida del animal.
Fue más o menos en esos momentos en que, a unas decenas de metros de la orilla, vimos al enorme pez sacar casi medio cuerpo del agua en un fuerte cabezazo que nos descubrió la identidad. Un enorme, enorme robalo.
Ya de plano, con todos metidos en la pelea de Gustavo con el robalón, busqué una forma de irme acercando a la orilla que bordeaba las rocas mencionadas antes, para irme haciendo una idea de como sacar a ese animal del agua.
Calculé que había buenas posibilidades de ponerle la red enfrente y esperar que cupiera en ella. Aunque también era buena idea el intentar asir al pez por el hocico o las agallas si el intento con la red fallaba.
Fue en eso momento que vi como Gustavo, que estaba ya por ponerme el pez a un par de metros de la orilla, volvía a perder metros más de línea cuando el robalo emprendió su última vigorosa carrera, intentando escapar, y se dirigió a toda velocidad contra los filosos bordes de una estructura cercana.
En ese momento pensé que se perdería la captura al reventarse la línea pero, haciendo uso de su pericia,el buen Gus logró desviar la carrera del pez y este se fue derechito de regreso hacía la orilla y hacía donde yo me encontraba.
Fue en ese momento en que decidí ponerle de frente la boca del jamo al robalo y, con dificultad debida al tamaño y a las olas que azotaban, pide meter la primera mitad del cuerpo. Cabe decir aquí que la red que utilizaba, era la de don José, caracterizada por tener una enorme boca, aunque esta vez se antojaba no lo suficiente para meter el enorme pez.
Dada mi cercanía, pude ser consiente de las proporciones del robalo ¡enorme! Tan grande como el
"mítico" playero de hace casi dos años. Verdaderamente increíble.
Como comenté, ya tenía medio cuerpo del robalo dentro de la red, pero por el peso y la falta de flotabilidad al ya estar casi fuera del agua, impedían que pudiera meter la otra mitad. Por fortuna las olas colaboraron y, con cada embestida, el enorme cuerpo del pez flotaba y así, poco a poco se fue introduciendo completo al jamo.
Lo malo fue que, al intentar arrastrarlo, las mismas piedras que había servido de "cama", impedían que lo pudiera hacer. Pero, en ese instante, vi llegar a don José a un costado de donde me encontraba batallando y así entre los dos por fin pudimos sacarlo del agua.
Habíamos podido completar la captura.
Un enorme robalo que la báscula no llegó a cubrir con su escala, pero que arrojó un peso exacto de once kilos. Así es: 11 kilos.
Un verdadero record personal para el buen Gustavo. ¡Felicidades!
El día se había completado.
Unos veinte minutos después de esta emocionante captura, me tocó el turno de sentir el enorme tirón de otro buen robalo.
Lamentablemente no se engancho y, en la carrera que emprendió seguidamente, logró liberarse y me dejó solo con la emoción de haber estado a punto de completar mi día.
Ni modo.
Y eso fue todo.
Nos regresamos todos muy contentos y satisfechos de un singular día de búsqueda de trompudos.
¡Un saludo y buena pesca a todos!